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Energía sostenible
Tipos de biocombustibles
Los biocombustibles, carburantes procedentes de la biomasa, se han convertido en una alternativa cada vez más real a los combustibles fósiles derivados del petróleo o el gas natural. Opciones como el biogás o el bioetanol son cada vez más comunes entre los conductores, y los propios carburantes convencionales incluyen biocombustibles en su mezcla. Aunque todavía queda trabajo por hacer, la de los biocombustibles es una realidad cada vez más cercana, y es importante conocer los diferentes tipos de biocarburantes que existen.
Según su origen y el proceso de producción, podemos dividir los biocombustibles entre los de primera, segunda o tercera generación. Cada generación cuenta con unas características propias, pero a la hora de la verdad la misión del biocarburante es siempre la misma: hacer funcionar un motor de combustión -que por norma general hay que adaptar al biocombustible- o la generación de energía eléctrica o calorífica en centrales.
Biocombustibles de primera generación
Los biocombustibles de primera generación utilizan como materia prima cosechas que se podrían destinar a la alimentación humana o el ganado, lo que causa cierta controversia. Entre las fuentes más habituales encontramos el maíz, la caña de azúcar, la soja, los aceites vegetales vírgenes o las grasas animales. En casi cualquier rincón del mundo se pueden encontrar estos cultivos, y además contamos con la tecnología necesaria para una transformación sencilla.
Sin embargo, los biocombustibles de primera generación presentan una serie de hándicaps, como que para convertirse en una alternativa real a los combustibles fósiles, sustituyéndolos del todo, habría que destinar el 100% del suelo cultivable mundial a este fin, así que no habría cosechas para el consumo humano o animal. Aunque es cierto que puede favorecer el desarrollo rural, debe hacerse de forma controlada para evitar los efectos de un uso intensivo del suelo o la deforestación de nuestros bosques.
Biocombustibles de segunda generación
A diferencia de los de primera generación, los biocombustibles de segunda generación proceden de cultivos no destinados a la alimentación humana o ganadera, lo que permite cultivar zonas marginales para la alimentación pero aprovechables para estos biocarburantes avanzados. Además, se puede prescindir del agua o los fertilizantes para unos cultivos de biomasa lignocelulósica, dicho de otra manera de origen leñoso o fibroso. Puede tratarse de aceites usados, tallos, vainas, cáscaras de fruta, virutas de madera, etc.
Se pueden quemar directamente de la biomasa, pero generalmente hace falta el uso de la tecnología para su extracción. Primero hay que fermentar la materia prima, luego pasar por un proceso de conversión termoquímica -gasificación, pirólisis o torrefectado- y por último pasar a la conversión química para obtener el biocombustible. Es un proceso caro -pueden ser más caros que los fósiles-, aunque el resultado es más eficiente y limpio que un biocarburante de primera generación.
Biocombustibles de tercera generación
Finalmente hay que hablar de los biocombustibles de tercera generación, los más recientes, que se obtienen a partir de algas o microalgas. Aunque originalmente entraban dentro de los de segunda generación, se decidió crear una nueva categoría de biocombustibles debido al gran rendimiento que ofrecían. La clave está en que el aceite producido por las algas se refina fácilmente en diésel o en componentes de la gasolina, y estas siempre pueden manipularse genéticamente para obtener un combustible puro.
Por si fuera poco, son neutrales en emisiones durante la combustión y se pueden producir en laboratorios o instalaciones de circuito cerrado que reciclan el dióxido de carbono o el agua residual producido en los procesos. El butanol, muy parecido a la gasolina, es el mejor ejemplo de biocombustible de tercera generación, aunque no podemos negar que la producción de estos biocarburantes es cara y el uso del fósforo o la ingeniería genética es siempre polémico.
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