El calentamiento es uno de los principales peligros a los que nos enfrentamos. Descubre qué…
Ecología
Las peligrosas consecuencias del deshielo de los polos
Hace tiempo nos parecía el único problema del calentamiento global. Apenas éramos conscientes de otros efectos asociados al cambio climático. Esto divide nuestra atención, evidentemente. Sin embargo, el deshielo de los casquetes polares sigue conllevando peligros mayores que otros efectos de la temperatura creciente.
Según estudios recientes, el deshielo de los glaciares de Groenlandia se ha acelerado en un 30 %. Las cifras son alarmantes ya que sigue acelerándose su desaparición.
La aceleración del calentamiento terrestre
No podemos olvidarnos de que el hielo y la nieve reflejan la luz y el efecto espejo de los polos es muy importante. Sin ellos, la luz que cae durante 6 meses al año en cada uno, de forma casi continua, acabará en el agua.
Este efecto no solo significa la subida de la temperatura a nivel global medio. Además, el agua a mayor temperatura retiene una menor cantidad de gases disueltos, incluido el dióxido de carbono. Es decir, que cuanto más hielo desaparezca, mayor será la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera.
Este círculo de retroalimentación positiva es el primer problema, causa o catalizador de otros muchos.
La subida del nivel del mar
Parece la primera y más obvia consecuencia. Sin embargo, también es la que más va a tardar en llegar. Por suerte, pues es también la más devastadora para la vida terrestre, humana o no.
Esta consecuencia del deshielo masivo ya se deja notar en pequeñas variaciones hoy en día. Pero, como se ha explicado en el punto anterior, el ciclo se retroalimenta y es cada vez más rápido. Siempre hablamos de consecuencias a largo plazo al tratar estas subidas.
Aun así, incluso a largo plazo, la desaparición de ciudades costeras no es un problema que pueda ignorarse. Sobre todo, porque la clave para frenarlo está en actuar en el presente.
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Los cambios climáticos a medio plazo
Muchos apenas conocemos las corrientes marinas, pero son determinantes del clima en todo el mundo. Un claro ejemplo de cómo una corriente marina afecta al clima puede ser la comparación de dos ciudades. Para este ejemplo nos vale con Nueva York y Madrid: ambas están en una latitud aproximada de 40°. A pesar de ello y de estar Nueva York junto al mar, esta recibe nevadas todos los años. Mientras tanto, Madrid —con suerte—apenas se cubre de blanco algunos días al año.
Esta diferencia se debe a que la corriente del Atlántico sube por las costas de África, desde el Ecuador, calentándose. Pasa frente a las costas europeas y cambia de dirección al sur bajando por las costas americanas. Claro está, cuando baja ha pasado tan cerca del polo norte que su temperatura ha disminuido.
Si esta corriente se viera interrumpida, las consecuencias climáticas podrían alcanzar proporciones mundiales, ya que afectaría a todas las corrientes de los demás océanos. Esa interrupción puede darse por la entrada de agua dulce del deshielo polar.
Los peligros a corto plazo
Con lo que ya ha avanzado el deshielo desde que comenzó a observarse, hemos visto algunos de sus efectos. Han surgido enfermedades tropicales en lugares tan insospechados como Finlandia y Suecia. Incluso enfermedades antiguas, desconocidas. Todo debido a la desaparición del permafrost o el ligero cambio en el rango de temperaturas durante cada estación.
Hablamos de riesgos biológicos. Enfermedades que hace miles de años que no afectaban al ser humano. O que nunca se habían dado en ciertos países, cuya población es más vulnerable a sufrir consecuencias graves.
Es posible que el ciclo ya esté en marcha y que sea imparable. Pero el verdadero peligro del cambio es que se acelera por la acción humana. Sin tiempo para adaptarse, las especies animales, vegetales y de todo tipo desaparecerán en otra gran extinción. Así que, incluso si es imparable, debemos tomar las medidas necesarias para frenarlo y paliar sus efectos.
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Trusel, L. D., and Coauthors. (2018). 2018: Nonlinear rise in Greenland runoff in response to post-industrial Arctic warming. Nature, 564, 104–108
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