Cuando vas a vender, comprar o alquilar un piso te encuentras con el certificado energético, esa etiqueta energética similar a la de los electrodomésticos que nos habla de la eficiencia energética de las viviendas y edificios. La certificación energética cuenta con 7 niveles, identificados por letras (de mayor a menos, de la A a la G) y colores (verde oscuro, verde claro, verde amarillento, amarillo, amarillo anaranjado, naranja y rojo de la más a la menos eficiente), unos niveles de certificación que hay que saber interpretar.
Por sí solas, las letras no significan nada. No son más que los diferentes niveles de la escala que se creó con la introducción de estas etiquetas energéticas, que se expresaron el letras y colores de la misma forma que podrían haberse expresado en números o con otras letras, por ejemplo a partir de la Z. El hecho de estar en un nivel u otro es el reflejo de la eficiencia energética de nuestra vivienda, nada más.
Verás que la etiqueta energética cuenta con tres columnas. La primera corresponde a la letra y el color, es decir, a la calificación energética del inmueble; la segunda, al consumo de energía expresado en kw por hora y metro cuadrado al año y la tercera a las emisiones, expresadas en kilos de dióxido de carbono por metro cuadrado al año. En las primeras etiquetas no aparecía el consumo energético, así que no debería extrañarte ver una etiqueta que solo incluya la calificación energética y las emisiones de CO2.
Lógicamente, las etiquetas A, B y C son un indicativo de un menor consumo de energía y una mayor eficiencia, lo que supone un mayor ahorro en la factura eléctrica, mientras que las etiquetas F y G reflejan un mayor consumo energético que podemos asociar a una menor eficiencia y a un gasto más elevado. En un término medio estarían las etiquetas D y E, el resultado en la mayoría de análisis hechos en España, que supondrían un aprobado en cuestión de eficiencia, situando el gasto eléctrico en la media del país.
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Más allá de la eficiencia, podemos interpretar la etiqueta en clave económica. Si tenemos en cuenta que el gasto energético medio de una vivienda estándar es de 60€ al mes, nos encontramos con que las tres primeras etiquetas están por debajo de la media. Un inmueble con una calificación energética A gastaría menos de 35€ al mes, en una vivienda con etiqueta energética B el gasto oscila entre los 35 y los 45€ mensuales, mientras que en una vivienda calificada como C se movería entre los 45 y los 54.
Sobre la media situaríamos las viviendas con una calificación energética D (entre 55 y 60€) y E (entre 60 y 66€). El recibo sigue subiendo a medida que avanzamos de nivel: en un piso con una calificación energética pagaríamos entre 66 y 80€ mensuales, y en una etiqueta energética G se iría más allá de los 80€ al mes. Eso sí, no podemos coger estos números al pie de la letra ya que el gasto eléctrico depende de factores como los electrodomésticos, las personas que viven en el piso y las horas que pasan allí, si hacemos un uso eficiente o no, etc.
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Dentro del certificado energético también se incluyen la identificación del edificio, el método que se ha utilizado para completar el certificado y las propuestas del técnico para mejorar la eficiencia energética y progresar en esta escala. Sin embargo, hay que destacar que no hay ninguna certificación energética mínima para vender un inmueble ni hay sanciones si obtenemos una "mala" etiqueta energética, se trata de algo únicamente informativo y nadie está obligado a hacer reformas.