Existen numerosos tipos de radiación, que en entornos controlados sirven para salvar vidas. Desde las radiografías a los tratamientos por quimioterapia y radioterapia. Esta propiedad de algunas sustancias tiene aún una desconocida cantidad de usos. ¿Pero qué ocurre cuando la radiación llega a lugares donde no está bajo control?
Nos encontramos ante el veneno perfecto: no puede sentirse ni con la vista ni con el olfato ni con el tacto. Pero aquello lo que conocemos como radiación no necesita entrar por ninguna de esas vías al cuerpo.
Esto se debe a que es peligrosa, precisamente, porque es capaz de penetrar en la materia con una energía que puede ser devastadora. Además, la exposición a radiación en el aire puede ser suficiente para que este veneno haga su efecto a través de la propia piel.
Cuando se habla de contaminantes, hablamos de una actuación de origen humano. Afortunadamente, la radiación es una propiedad de ciertas sustancias. Sin embargo, la contaminación se produce cuando se concentra una cantidad significativa y en un espacio sin control. Lógicamente, por acción del hombre.
La contaminación se produce cuando estas concentraciones de elementos radiactivos no se aíslan correctamente. Claro que también puede ocurrir que su utilización no planeara su aislamiento desde un principio. Esto es debido a que sus usos pueden ser muy diferentes.
Los residuos de tratamientos contra el cáncer. Por ejemplo, los viales donde se transportan los tratamientos o material que se ha expuesto a estas sustancias. Suele ser de un solo uso y hay que disponer de él de forma correcta.
Existe contaminación desde la extracción de los materiales, donde las personas se ven expuestas de forma continuada a radiaciones. Por supuesto, tras su uso produce contaminaciones residuales, como en el agua que enfría las centrales nucleares. Todo el proceso, pasando por el «enriquecimiento», va dejando una estela de radiación en el medioambiente, además de en las personas.
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Este proceso de enriquecimiento es inevitable para poder sacar rendimiento a los combustibles radiactivos. Pero, también es la causa de que los residuos sean especialmente peligrosos cuando se desechan.
Se han llevado a cabo numerosas pruebas. Fue así desde que se completó la bomba atómica hasta que las personas nos dimos cuenta del verdadero peligro que suponía. Muchas islas, sobre todo del Pacífico, han sido lugares de ensayo con armamento radiactivo.
Sin embargo, esto no es todo. Aparte del uso de sustancias radiactivas, existe contaminación que, si bien está asociada a estos usos, no se produce directamente por ellos.
Hablamos, por ejemplo, del caso de la central de Fukushima, en Japón, donde un tsunami destruyó los sistemas de contención de la radiactividad. Por no hablar del mundialmente conocido caso de Chernóbil. Allí, una negligencia hizo explotar uno de los reactores. Esto dejó el área tan contaminada que hoy en día sigue siendo imposible acercarse sin sufrir las consecuencias.
También existe el problema de que cuando comenzó a utilizarse la radiación no se conocían sus propiedades. Por eso, aparte de causar la muerte de muchas personas que hasta bebían agua radiactiva, no se pensaba en los residuos como un problema. Durante mucho tiempo se han estado enterrando sin más, o se han vertido al océano pensando que se disolverían en su inmensidad.
Hoy día, no podemos recuperar muchas de estas sustancias ya vertidas. Es por eso que el foco está puesto en no aumentar la cantidad.
La radiación tiene que llegar en dosis relativamente altas para provocar daños severos. Si se mantiene por debajo de esos límites podríamos contener el problema. Sin embargo, los miles de años que tardan en decaer suponen un grave problema. La más mínima acumulación de más residuos podría, a largo plazo, suponer un peligro para todo el medioambiente.